lunes, 19 de mayo de 2008

Elaboración de mantis







Uno nunca sabe para quién trabaja (o para qué) pero hay que echarle ganas.
Presionado por el tiempo crucé los días plagados de fracasos pero mi mente solo pensaba en completar la pieza en tiempo y forma.
Una de las cuantiosas viscicitudes fue que la succión de la pequeña aspiradora ocasionaba rompimientos en las piezas o el estireno en lo más delgado se perforba parando la succión y, consecuentemente, la formación de detalle en el estireno. Había que reforzar las piezas. Usé plastilina epóxica (un milagro de la ciencia) en las partes delicadas y medí los tiempos y temperaturas a ojo para evitar rompimiento de la película.
Se echaron a perder varias láminas y me faltaron para terminar las patas. La solución: usar como moldes las piezas de estireno y crear copias con espuma de poliuretano que tenía desde hacía mucho. Con todo y que apliqué silicón como desmoldante se pegaba la espuma pero ya no había tiempo así que las forré con cinta canela.
Para articular las patas me topé con la gravedad. Aún pesando gramos, las largas tenazas hacían palanca y no era posible sostenerlas con un apretado tornillo. No me tardé en pensar la solución, y se lo debo en gran parte a la experiencia de desollar animales en la UNAM. Me fascinó la biomecánica de los ligamentos de las articulaciones, la resistencia de los tendones, su posición con gran rendimiento y economía. Coloqué pequeños trozos de alambre uniendo las piezas de forma tal que las mantuvieron firmes en su posición, solo que no hay posibilidad de movimiento a menos que se desbaraten.
La llevé al Péndulo en la hora indicada con todo y que hube de ir por gasolina para la piolina (camioneta parada por meses afuera de mi casa) y hacerla arrancar. Cupo bien dentro, las patas aparte. Paré en una tienda y compré dos plumas de pavo real para usarlas de antenas, previo desplume.
Grande fue mi sorpresa al ver que en la entrada del recinto, sobre la columna destinada a la mantis, había una manta impresa. Mildred ciertamente no tenía planeado tener un insecto gigante ni registró mi plática al inicio en la que señalé ese lugar para ella. Bloqueado por el cansancio no pude pensar. Solo atiné a articular sus patas como tenía planeado y la dejé ahí, haciendo a un lado la manta. Al día siguiente regresé a ver si había respetado la mantis pero la encontré en el piso. Pensé en llevármela de ahí pero Felipe, un astrónomo errante, me comentó que iría bien junto a su módulo en el que daría a los niños que hacer, como pararse detrás de una foto de una mantis con la cabeza de hoyo para asomarse. Sin más la puse arriba apoyada en una columna. Me fui sin ver para atrás, queriendo olvidar al bicho perdido entre enormes impresos de insectos.